sábado, 11 de abril de 2009

Radio Madrugada (5)

Raúl movía su diestra de abajo arriba, y a la inversa, frotando enérgica y velozmente sobre la longitud pétrea de su miembro, al tiempo que imaginaba la escena que estaba teniendo lugar en el estudio de aquella emisora. Imaginaba a la presentadora tendida en el suelo, con la blusa abierta, mostrando unos pechos ansiosos de besos, de lenguas que derramasen en sus pezones la saliva en ebullición engendrada por la lujuria desbocada. Imaginaba una línea de humedad en el ajustado jeans; una línea ancha y temblorosa.

--Habla, Marisa… necesito tu voz… ¡Necesito la sensualidad de tu pastosa y húmeda voz!

“—Me gusta esta dureza en mis mejillas… ¡Qué fuerte! ¡Qué dura la tienes, Pablo!

Mientras exclamaba su ansiedad, Marisa iba bajando la cremallera del pantalón que ocultaba la potencia sexual del compañero de trabajo. Introdujo las manos en la abertura y notó humedad en el fino slip. Acercó la boca y lamió en aquella humedad, sobre la propia tela. Luego, con movimientos tan bruscos como torpes, logró que el pantalón masculino cayese al suelo.

--¡Oh, es, es magnífico!

En verdad parecía imposible que aquella mínima prenda fuese capaz de contener la potencia que pugnaba por destrozarla. Se encargó de que la liberación se produjese, tirando hacia abajo con sus ardientes y nerviosos dedos.

Cuando la sexualidad de Pablo quedó plenamente al descubierto, Marisa se apartó para poder contemplarla en toda su dimensión. Los labios empezaron a temblarle y los pezones se convirtieron en agujas que atravesaban su carne.

Durante un par de minutos estuvo Pablo jugando con los espléndidos pechos de Marisa –juego de sangre enervada--, en tanto la tersura implacable de su miembro se veía asediada por la suavidad de los dedos femeninos. Luego, sin poder contenerse por más tiempo, introdujo los dedos de ambas manos entre la tela y la piel y tiró hacia abajo del pantalón. Marisa quedó con una mínima, transparente y ajustada braguita, incapaz de cubrirle en su totalidad la anchura de sus labios vaginales. Sus muslos eran largos y deliciosamente cilíndricos, de tersura insuperable.

Ella abandonó la silla, se fue al centro del estudio y se tendió en el suelo, boca arriba, con los brazos extendidos en cruz, con las piernas abiertas, mostrando el hambre que se estremecía bajo la braguita, y con los labios húmedos, entreabiertos y temblorosos.

--Siempre te he deseado, Marisa; por tu juventud, por tu hermosura, por la armonía excitante de tu cuerpo, por la soberbia de tus pechos, por la expresión sensual de tu rostro. Pero, ahora, cuando te veo así, tengo que reconocer que nunca he conocido a una mujer como tú. ¡Eres magnífica!

No pudo seguir oyendo la voz de aquel hombre que estaba amando a la presentadora, que tenía la suerte infinita de tenerla desnuda ante él, excitada, dispuesta a gozar con toda intensidad de la fragancia de su cuerpo. Así que, Raúl, bajó el volumen de la radio, hasta reducirlo al silencio total. Fue un gesto de desesperación pasajera, porque él deseaba continuar viviendo la escena sintiendo en sus oídos la caricia de aquella voz que tantas eyaculaciones le había producido.
Continuará…

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