viernes, 10 de abril de 2009

Radio Madrugada (2)

Tras una ráfaga de música orquestal:

“Os quiero a todos. Me gustaría estar materialmente a vuestro lado, en la soledad de vuestros lechos o en el asiento de vuestros camiones. Quiero haceros inmensamente felices, convertir en realidad todo y cada uno de vuestros sueños.

Ya sabéis que, para comunicar vuestros deseos, o vuestros sentimientos, o vuestros problemas, sólo tenéis que marcar el número de nuestra emisora. Pablo, nuestro técnico y amigo, nos pasará las llamadas y, tras la identificación de nuestros comunicantes, hablaremos y hablaremos. De todo lo que vosotros queráis…”
Raúl estaba tendido boca arriba, relajado, con el receptor en la mesilla de noche. Fumaba con lentitud, como si intentase que cada aspiración recorriese todo su ser. Tenía la mirada clavada en el techo de la habitación y estaba completamente desnudo. Era el momento reconfortador, anhelado durante las otras veintitantas horas, de las que más de diez eran consumidas por el trabajo.

Allí, en la penumbrosa soledad de la alcoba, buscaba la liberación de sus pensamientos y, por supuesto, de sus sentidos. Podía tener a su lado a una mujer. A alguna de las amigas con las que solía ir a bailar, o a una bella representante del bien surtido mundo del masaje a domicilio. Pero no; oír cada madrugada la voz profundamente acariciante de aquella presentadora, era como un rito ineludible. No podía determinar, ni siquiera por aproximación, el número de veces que había soñado con ella, o que se la había imaginado allí, frente a él, con los ojos clavados en su cuerpo, anhelando el momento de una entrega plena de satisfacción.

Extendió el brazo derecho, tomó el auricular y marcó el número de la emisora.

“¿Qué les ha parecido la voz del carroza Luis Miguel? Una carroza en la que muy a gusto se pasearían las jovencitas más `progres` de nuestros días… Y aquí tenemos ya la primera llamada… Y, ¿Cómo?, pertenece a nuestro comunicante más asiduo… ¿Raúl? Eres tú, ¿no?”

“Yo soy. Decidido a exteriorizar mi más íntima intimidad, valga la redundancia.”

“Pero, ¿aún te queda algo por decir? A lo largo de tantas y tantas noches, habremos conversado durante más de treinta y cuarenta horas.”

“Pero esta noche tengo algo muy especial que decirte.”

Continuará…

1 comentario: